Los cristales del amor

En medio del bullicio del mercado, sus ojos se cruzaron a través de un resplandor iridiscente. Los cristales del amor, un dije que ella llevaba colgando, refractó la luz sobre él, atrapándolo en un momento de éxtasis.

Su nombre era Mateo, y el de ella, Lucía. Mientras sus dedos rozaban el delicado vidrio, un hilo invisible los unió. Un torbellino de emociones los envolvió, una mezcla de anhelo, curiosidad y una pizca de temor.

Se encontraron en un café acogedor, donde palabras susurradas se convirtieron en poemas. El tiempo se detuvo mientras compartían sus sueños, esperanzas y los anhelos de sus corazones. Pero debajo de la superficie de su conexión, yacía un secreto que Lucía guardaba celosamente.

Un día, Mateo descubrió un diario escondido en el puesto de su abuela, un diario que pertenecía a la tatarabuela de Lucía. Con manos temblorosas, lo leyó, desvelando un amor prohibido de antaño, maldecido por los celos y la traición.

Horrorizado, Mateo confrontó a Lucía, quien reveló la historia de su familia con lágrimas en los ojos. El miedo que había ocultado durante tanto tiempo era el eco de una maldición que amenazaba con desgarrarlos.

Pero el amor que compartían era más fuerte que cualquier maldición. Juntos, se embarcaron en una búsqueda para romper el hechizo, su vínculo inquebrantable guiándolos a través de peligros y desafíos.

Y así, los cristales del amor se convirtieron en un símbolo de su lucha, un reflejo del poder de su conexión que trascendía las fronteras del tiempo y el destino.


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