En los dominios etéreos donde el viento susurraba, nació un amor tan intangible como el propio aliento de la tierra. Ella, una joven de espíritu libre, con ojos que reflejaban el cielo nocturno, se perdía en las caricias del viento, sintiendo su abrazo invisible en cada soplo.
Él, un nómada errante, guiado por los susurros del viento, quedó prendado de su conexión con la naturaleza. Sus almas se entrelazaron en una danza silenciosa, donde los abrazos del viento se convertían en puentes que unían sus destinos.
Mientras caminaban juntos por senderos cubiertos de hojas otoñales, el viento jugaba con su cabello, entrelazando sus mechones como un hechizo. Cada beso era una promesa susurrada, llevada por el viento a través de los árboles, dejando su huella en el corazón del otro.
Pero un día, el viento trajo consigo una tormenta. Nubes oscuras se cernieron sobre su felicidad, amenazando con destrozar su frágil vínculo. Ella, presa del miedo, se apartó, sintiendo que el viento se convertía en un enemigo impetuoso.
Sin embargo, en el corazón de la tormenta, su amor se mantuvo firme. Él se aferró a su mano, susurrando palabras de consuelo mientras el viento aullaba a su alrededor. Y en ese momento de oscuridad, se dieron cuenta de que su amor era más fuerte que cualquier tempestad que el viento pudiera conjurar.
Cuando la tormenta amainó, el viento volvió a ser su aliado, llevando su amor a nuevas alturas. Los abrazos del viento se transformaron en un símbolo de su resiliencia, recordándoles que incluso en las adversidades más feroces, su amor florecería, guiado por el aliento invisible de la tierra.
Deja una respuesta