En el ballet de la vida, a veces la música se detiene, dejando solo las notas del silencio. Fue en uno de esos silencios donde encontré a Lucía.
Su figura etérea se movía como un susurro, sus ojos reflejaban un universo de dolor y esperanza. Cuando nuestros dedos se rozaron, el tiempo se detuvo. La melodía del silencio se hizo eco entre nosotros, una sinfonía de anhelo no expresado.
Los años pasaron, y la vida nos llevó por caminos separados. Pero nunca olvidé su mirada, ni el silencio que nos unía. Un día, de casualidad, la encontré en un café. Su sonrisa fue como el amanecer después de una tormenta, su risa como una caricia que despertó mi corazón dormido.
Regresamos a ese silencio, pero esta vez, era diferente. No era de espera, sino de realización. En el vals de nuestras palabras, confesamos nuestro amor perdido. El silencio que una vez nos había separado ahora se convirtió en el hilo que unía nuestras almas, una melodía de amor que resonaría para siempre en las notas del silencio.
Deja una respuesta