En el baúl de los recuerdos, escondidas entre el tiempo, reposaban cartas que cambiarían el destino. Sofía, una mujer de mirada soñadora, las descubrió por casualidad, como si el destino las hubiera puesto en su camino.
Cada carta, escrita con tinta que el tiempo había vuelto sepia, era una ventana al pasado. El remitente, un hombre desconocido llamado Mateo, vertía sus más íntimos sentimientos hacia una mujer llamada Elena. Sus palabras eran un torrente de pasión y anhelo, teñidas de una tristeza que Sofía podía sentir palpitar en su corazón.
Intrigada, Sofía se zambulló en el mundo de Mateo y Elena. Leyó sobre sus encuentros secretos bajo la luz de la luna, sus promesas de amor eterno y el desgarrador momento en que sus caminos se separaron. Era como si estuviera viviendo su propia historia de amor a través de las cartas.
Un día, Sofía descubrió una carta final, sin fecha ni firma. Sus palabras contaban la historia de cómo Mateo había encontrado nuevas cartas escritas por Elena, quien le había amado todo ese tiempo. Había un rendez-vous previsto y una esperanza renovada.
La emoción embargó a Sofía. Sentía que debía hacer algo, que debía ayudar a Mateo y Elena a reunirse después de tantos años. Con el corazón latiéndole con fuerza, contactó a Mateo y le contó todo.
Mateo, ahora un hombre mayor pero con el mismo amor en sus ojos, quedó conmovido por las cartas. Juntos, se dirigieron al lugar del encuentro, donde Elena les esperaba. Allí, bajo un cielo estrellado, se fundieron en un abrazo que había sobrevivido al tiempo.
Sofía contempló la escena con lágrimas en los ojos. Había sido testigo del poder transformador del amor, un amor que encontró su camino a través de cartas que cambiaron el destino para siempre.
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