En la tenue luz del crepúsculo, se entrelazaron sus miradas bajo el firmamento salpicado de estrellas. Él, un misterioso desconocido; ella, una joven llena de sueños. Se encontraron en el umbral de la medianoche, un instante marcado por una promesa.
Mientras la luna ascendía, entretejieron sus almas en una danza silenciosa. Las palabras se volvieron superfluas, reemplazadas por miradas intensas y el latido de sus corazones al unísono. El tiempo parecía detenerse, concediéndoles una eternidad en ese instante fugaz.
Sin embargo, las sombras se cernían cerca. El destino intervino cruelmente, separándolos abruptamente. Pero la promesa de la medianoche permaneció intacta, un vínculo irrompible que los unía incluso en la distancia.
Años después, en medio de la multitud, sus ojos se encontraron una vez más. El tiempo se tambaleó, transportándolos de regreso a aquella noche bajo las estrellas. En ese instante, el mundo se desvaneció, dejando solo el recuerdo de su promesa.
Esta vez, el destino no podría separarlos. Habían encontrado a su alma gemela, un amor que había permanecido latente durante incontables noches, esperando pacientemente su reencuentro. Bajo la pálida luz de la luna, sellaron su amor con un beso que prometió durar toda la eternidad.
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