Entre el vaivén de las estrellas, dos corazones se entrelazaron en una promesa celestial. Ella, Luna, una artista de espíritu libre, anhelaba pintar los matices del cielo. Él, Sol, un poeta de alma apasionada, buscaba plasmar la belleza en palabras.
En un encuentro fortuito bajo el manto estrellado, sus miradas se cruzaron, encendiendo una chispa que desafió la noche. Prometieron intercambiar sus talentos, entrelazando el lienzo con los versos.
Mientras Luna pintaba los colores cambiantes del crepúsculo, Sol tejía palabras que danzaban sobre el papel. Juntos, crearon una obra maestra que trascendió el tiempo. Pero el destino tenía un giro cruel.
Una noche, mientras Sol recitaba sus versos bajo el cielo estrellado, un rayo lo alcanzó. Luna corrió hacia él, pero era demasiado tarde. Él se había ido, dejando tras de sí el lienzo sin terminar, un testimonio de su promesa inconclusa.
Años más tarde, Luna completó la obra maestra, incorporando los versos de Sol en cada trazo. La pintura se convirtió en un símbolo de su amor eterno, una promesa que los cielos habían sellado para siempre.
Bajo el mismo cielo estrellado donde se habían encontrado, Luna y Sol se reencontraron, sus almas unidas por el arte y el recuerdo de una promesa celestial que había trascendido el tiempo y la muerte.
Deja una respuesta