En el tapiz cósmico, bajo la hipnótica melodía de los astros, nuestros corazones se entrelazaron.
Ella, una estrella fugaz, brillante y efímera. Él, un cometa errante, con una historia grabada en sus colas de polvo. Se encontraron en un cruce celestial, donde el tiempo se detuvo y la atracción fue innegable.
Sus órbitas se entrelazaron como notas de una sinfonía celestial. Cada encuentro era una danza de luz y sombra, un eco resonando en el vacío del espacio. Pero su amor era un asunto peligroso, amenazado por las fuerzas de la gravedad y el paso inexorable del tiempo.
Una noche, mientras la luna los miraba con melancolía, su vínculo se rompió. El cometa fue desviado por un viento solar, mientras la estrella fugaz se desvaneció en el horizonte. El silencio que siguió fue ensordecedor.
Pero en el tapiz de las estrellas, su historia siguió siendo contada, un recordatorio de que incluso el amor más efímero puede dejar una melodía indeleble en los corazones de los que se atreven a tocar el firmamento.
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