Bajo el lienzo carmesí del crepúsculo, dos almas se encontraron en un encuentro fortuito que prometía magia.
El brillo dorado de los rayos del atardecer iluminaba el rostro de Lucía, su belleza resplandecía como una estrella en el firmamento. En un banco solitario del parque, su mirada se cruzó con la de Mateo, cuyos ojos reflejaban la intensidad del ocaso.
El silencio se extendió entre ellos, un lenguaje tácito que hablaba de atracción y anhelo. Las palabras fluyeron sin esfuerzo, tejiendo una historia compartida que se entrelazaba con los hilos del destino. El tiempo se detuvo en ese santuario de luces y sombras, donde los sueños se hicieron tangibles.
Mientras el sol se despedía del día, dejando paso a la noche estrellada, un lazo invisible se había forjado entre ellos. Una promesa susurrada bajo el manto del crepúsculo, un amor que había florecido en el corazón de la magia del ocaso.
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