Bajo el cielo nocturno tachonado de estrellas, donde la magia acechaba en cada destello, una historia de amor comenzó a tejerse.
Él era Javier, un soñador con ojos que reflejaban las constelaciones. Ella, Daniela, una artista cuyo lienzo eran las estrellas fugaces. Se encontraron en una noche de verano, donde los deseos se concedían con un destello.
Javier, con el corazón palpitante, susurró su deseo: «Un amor que brille más que las estrellas». Daniela, con una sonrisa esperanzada, expresó el suyo: «Un lienzo donde plasmar mis sueños más salvajes».
En ese instante, una estrella fugaz cruzó el cielo, uniendo sus destinos. Se prometieron que cada vez que una estrella fugaz iluminara el firmamento, se recordarían el amor que florecía bajo su magia.
Los años pasaron, y su amor creció con cada destello. Javier se convirtió en el escritor que capturó la belleza de las estrellas fugaces en sus palabras. Daniela se transformó en una pintora reconocida, cuyos cuadros representaban la magia del cielo nocturno.
Una noche, mientras estaban juntos bajo las estrellas, Javier le preguntó a Daniela: «¿Crees en la magia que nos unió?».
Daniela sonrió y respondió: «Sí, querido Javier. La magia de las estrellas fugaces que concedió nuestros deseos».
En ese momento, una estrella fugaz particularmente brillante cruzó el cielo. La observaron con asombro, sintiendo que su amor era tan eterno como el universo mismo.
La magia de las estrellas fugaces había tejido una historia de amor que brillaría para siempre, un testimonio de que incluso en el vasto cosmos, los deseos del corazón pueden encontrar su camino.
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