Bajo la luz de la luna, testigo de las noches más profundas, se encontraron dos almas solitarias: ella, una artista de mirada soñadora, él, un escritor de palabras danzantes.
La brisa marina susurraba secretos entre ellos, mientras la luna proyectaba su sombra sobre sus corazones. Una conexión innegable surgió, como si el destino los hubiera reunido en ese momento mágico.
Cada noche, paseaban bajo el manto estrellado, compartiendo historias y sueños que habían permanecido ocultos durante tanto tiempo. La luna, confidente de su secreto, observaba en silencio su amor floreciente.
Pero la vida tenía otros planes. Un día, él desapareció, dejando solo palabras borrosas en una carta sin terminar. El dolor de ella era insoportable, la luna su único consuelo.
Años después, mientras contemplaba el cielo nocturno, una estrella fugaz cruzó su camino. Se la concedió un último deseo, una visita de su amado perdido.
En ese instante, bajo la misma luna testigo, se reencontraron. La carta sin terminar se completó, las palabras escritas en el corazón de cada uno. La luna sonrió, satisfecho de haber sido testigo de un amor que había sobrevivido a la separación y a los giros del destino.
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