En el lienzo de la vida, donde los colores del amor se entremezclan con las sombras de la despedida, surge una lágrima que evoca un adiós conmovedor.
Él, un pintor de emociones, su pincel bailaba sobre el lienzo, retratando la belleza de su amada. Ella, una bailarina de sueños, sus pasos fluían con gracia, dejando huellas imborrables en su corazón.
Un día, la melodía del adiós se coló en su armonía, separándolos como hojas arrastradas por el viento. La lágrima del adiós, un diamante líquido que reflejaba su amor, rodó sobre la mejilla de ella.
Mientras el tiempo pintaba nuevos capítulos, la lágrima quedó suspendida en el aire, un testimonio de su vínculo inquebrantable. Cada vez que él miraba el retrato de ella, la lágrima revivía la pasión de sus recuerdos.
Un día, una joven artista tropezó con el cuadro, sintiendo la tristeza que emanaba de él. Inspirándose en la lágrima, creó una obra maestra que cautivó al mundo. La lágrima del adiós se convirtió en un símbolo de amor eterno, un recordatorio de que incluso en la separación, el vínculo entre dos almas podía trascender el tiempo.
Y así, la lágrima del adiós, que una vez marcó una despedida, se transformó en un faro de esperanza, iluminando el camino hacia un futuro donde el amor perduraría para siempre.
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