Una lágrima de cristal, frágil y transparente, pendía del borde de una mesa. Reflejado en su superficie estaba el rostro de una hermosa joven, sus ojos llenos de tristeza.
Se llamaba María, y su corazón estaba roto. Había amado profundamente a un hombre, pero él la había dejado por otra. Ahora, ella estaba sola, con solo una lágrima de cristal para recordarle su amor perdido.
De repente, la puerta se abrió y entró un hombre. Era alto y guapo, con ojos azules que parecían brillar con una luz interior. Miró a María y sus ojos se encontraron. En ese instante, ambos sintieron una conexión que nunca habían sentido antes.
El hombre se acercó a María y tomó la lágrima de cristal de sus manos. La sostuvo frente a sus ojos y dijo: «Esta lágrima es un símbolo de tu tristeza, pero también es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza».
María sonrió a través de sus lágrimas. En ese momento, supo que había encontrado a alguien que la amaba por lo que era. El hombre devolvió la lágrima de cristal a sus manos y le dijo: «Guárdala como un recordatorio de que nunca estás sola».
María nunca olvidó las palabras de ese hombre. La lágrima de cristal se convirtió en un símbolo de su amor y esperanza, y la llevó consigo siempre, recordándole que incluso en los momentos más difíciles, siempre habría alguien que la amara.
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