En la caótica sinfonía del aeropuerto, el tiempo se detuvo para dos almas entrelazadas.
Isabella, con lágrimas asomando en sus ojos color avellana, miraba fijamente a Ethan mientras él se alejaba hacia la puerta de embarque. El zumbido de la multitud se desvaneció en un suave murmullo cuando sus miradas se encontraron.
En ese instante, el mundo desapareció. Los recuerdos de momentos compartidos inundaron sus mentes: risas, sueños y promesas susurradas bajo las estrellas. Con cada paso que Ethan daba, un pedazo del corazón de Isabella se iba con él.
Pero entonces, en medio de la despedida, algo cambió. Una sonrisa tímida se dibujó en los labios de Ethan, y un destello de esperanza se encendió en sus ojos. Dio media vuelta y corrió hacia Isabella.
El tiempo se aceleró cuando la abrazó con fuerza. «Isabella, no puedo irme», susurró. «Te amo.»
Las lágrimas de alegría y alivio se mezclaron en el rostro de Isabella. En ese breve y eterno momento, el aeropuerto se transformó en un santuario de amor, donde la despedida se convirtió en un nuevo comienzo.
Y mientras los altavoces anunciaban el vuelo de Ethan, ambos sabían que el destino había tejido un hilo invisible entre sus corazones, uniéndolos para siempre, incluso en la distancia.
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