La carta que nunca llegó

En el buzón de recuerdos, había una carta que nunca llegó. Su ausencia, un eco vacío que resonaba en el corazón de Ana.

Una vez, los besos de Juan trazaron versos sobre el papel, promesas que volaban en tinta. Pero un día, su pluma se quebró y las palabras se ahogaron en el silencio.

El tiempo pasó, dejando solo la espera. Ana, aferrada a la esperanza, revisaba el buzón cada mañana, sus ojos buscando un atisbo de sobre. Pero el papel permaneció ausente, una burla cruel a su anhelo.

Un otoño lluvioso, mientras el agua pintaba tristeza en las calles, Ana descubrió un secreto oculto en su propio corazón. Nunca había sido la carta lo que ella ansiaba, sino las palabras no escritas, el amor que Juan no había podido expresar.

La comprensión la inundó, cálida y liberadora. La carta que nunca llegó se convirtió en una metáfora de un amor no correspondido, pero su ausencia ya no era un vacío, sino una puerta abierta hacia la aceptación.

Porque en el buzón de recuerdos, donde la carta nunca llegó, Ana encontró una verdad más profunda: el amor verdadero no necesita palabras para existir.


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