Entre el ajetreo de la ciudad, un susurro del viento acarició mi mejilla llevándose consigo un secreto: el olor a jazmín. Fue como un llamado, un guiño de complicidad que me invitaba a seguir sus pasos.
Guiada por su caricia, avancé por calles sinuosas, hasta que el gentío dio paso a un jardín escondido. Allí, bajo el parpadear de las estrellas, él estaba. Su mirada verde, profunda como el bosque, me envolvió desde el primer instante.
El viento, cómplice de nuestro encuentro, bailaba a nuestro alrededor, meciendo las hojas y creando una melodía que solo nosotros podíamos escuchar. Sus palabras fueron susurros, promesas que el viento se llevaba y traía, creando un lazo invisible entre nosotros.
Mientras el alba asomaba, nuestro tiempo se agotó. Él desapareció tan rápido como había llegado, dejando tras de sí el aroma a jazmín y el eco de una caricia que nunca olvidaría. La caricia del viento, un susurro que unió dos almas y dejó un latido eterno en mi corazón.
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