En el sendero de la eternidad, donde el tiempo se desdibuja y los corazones se entrelazan, se encontraron dos almas perdidas: Mateo, un artista atormentado, y Daniela, una joven soñadora.
El pincel de Mateo pintaba un lienzo de emociones en el lienzo de su corazón, mientras que las palabras de Daniela tejían versos que despertaban su alma dormida. Cada encuentro era un latido más fuerte, un paso más cerca del destino.
Un día, mientras caminaban bajo la sombra de los altos árboles, una tormenta se desató. El cielo rugió y los relámpagos iluminaron el sendero, revelando los rostros de dos amantes.
«Daniela», susurró Mateo, su voz temblando de emoción. «Nuestro amor es como este sendero: interminable y eterno».
«Sí, Mateo», respondió Daniela, sus ojos brillando con lágrimas de alegría. «Juntos, caminaremos el sendero de la eternidad».
En ese momento, la tormenta amainó, dejando un cielo estrellado que iluminó su camino. Mateo y Daniela continuaron su viaje, su amor guiándolos a través de los desafíos que les deparaba el sendero de la eternidad.
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