El cuento de las estrellas fugaces

Bajo el lienzo estrellado, se entrelazaron dos miradas en El cuento de las estrellas fugaces. Ella, Lucía, una soñadora incurable con ojos que brillaban como constelaciones. Él, Mateo, un espíritu libre con un corazón lleno de versos.

En un instante, un resplandor iluminó el cielo, una estrella fugaz que parecía detener el tiempo. Lucía cerró los ojos y pidió un deseo, sintiendo cómo las palabras se grababan en el infinito. Mateo observó su rostro con una ternura que contrastaba con la fugacidad del momento.

A la mañana siguiente, Lucía despertó con una carta junto a su almohada. Las palabras de Mateo, impregnadas de poesía y promesas, daban forma a un amor que nació bajo las estrellas. Sin embargo, había una línea que le heló la sangre: «Nuestro amor es como una estrella fugaz, hermoso pero efímero».

El corazón de Lucía se encogió. ¿Acaso su cuento de hadas estaba destinado a un final abrupto? Mateo, sin embargo, tenía un as bajo la manga. La llevó a lo alto de una colina, donde el cielo nocturno se extendía ante ellos como un manto tachonado de diamantes.

«Mira», dijo Mateo, señalando un grupo de estrellas. «Son las mismas que vimos anoche. Y aunque solo fueran visibles por un instante, su brillo permanecerá en nuestros recuerdos para siempre».

Las palabras de Mateo disiparon los temores de Lucía. Comprendió que su amor, aunque fugaz en su intensidad inicial, había dejado una huella indeleble en sus almas. Y así, bajo el cielo estrellado, su cuento de estrellas fugaces se transformó en una historia de amor eterno, grabada para siempre en el tapiz del universo.


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