El colibrí del tiempo

En el jardín del tiempo, donde los recuerdos florecen como pétalos de colores, ahí es donde comenzó nuestra historia.

Entre la danza de colibríes, apareció él, con una sonrisa que irradiaba luz y un aura que atraía como un imán. Yo, una simple flor, me estremecí ante su presencia.

Mientras susurraba palabras dulces, sentí que los pétalos de mi alma se abrían. El tiempo se detuvo, atrapado en el vuelo de un colibrí que bebía el néctar de nuestros corazones.

Pero la sombra de la distancia se cernía sobre nosotros. Con el paso de los días, nuestros encuentros se hicieron menos frecuentes, y el miedo comenzó a tejer sus hilos en mi corazón.

Una tarde, mientras el sol lanzaba sus últimos rayos, recibí una carta. Sus palabras resonaron con la fuerza del viento: «Nuestro tiempo juntos fue un sueño que ahora se desvanece».

El dolor se apoderó de mí como una tormenta, pero en medio del torbellino de emociones, surgió un destello de luz. En la posdata, escribió: «Aunque nuestros caminos se separen, el colibrí del tiempo nos recordará siempre que nuestro amor fue real».

Y así, permanecimos conectados por el aleteo de un colibrí, un símbolo de los recuerdos que nunca serán borrados. Porque en el jardín del tiempo, el amor que floreció una vez nunca muere por completo, sino que permanece suspendido en el aire, esperando el día en que el destino nos reúna nuevamente.


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