Bajo el brillo enigmático del destino, sus miradas se cruzaron en un instante fugaz, como un destello de estrella en la noche. Ella, Lucía, con sus ojos esmeralda que reflejaban un anhelo indescifrable. Él, Mateo, con una sonrisa cautivadora que prometía secretos sin revelar.
En el mágico escenario de un café acogedor, el aroma a café recién molido bailaba en el aire, creando una atmósfera íntima. Mientras sus dedos se rozaban al alcanzar la misma taza, un hilo invisible los unió, atándolos a un destino que aún estaba por escribirse.
Conversaciones que fluían como un río, risas que resonaban con una melodía irresistible y miradas que hablaban un lenguaje propio. El brillo de sus ojos se intensificó, reflejando la atracción magnética que los consumía.
Pero el destino, astuto y caprichoso, tenía otros planes. Una noticia inesperada separó sus caminos, dejando un vacío difícil de llenar. El dolor de la ausencia se apoderó de sus corazones, pero la llama de su amor se negó a extinguirse.
Años después, en un reencuentro fortuito, el brillo del destino volvió a iluminar sus vidas. La distancia y el tiempo no habían logrado apagar la pasión que una vez los unió. En un abrazo apasionado, se dieron cuenta de que su amor, como las estrellas en el firmamento, estaba destinado a brillar para siempre.
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