En un paraje etéreo donde las nubes se entrelazaban, surgió un amor tan etéreo como el abrazo del cielo.
Él era Sol, un espíritu aventurero que escalaba las cimas de las montañas, anhelando siempre más. Ella era Luna, una soñadora con ojos estrellados, que encontraba consuelo en la quietud del valle.
El destino los unió en una noche bajo un tapiz celestial. Sol, atrapado por una tormenta, se refugió en la cabaña de Luna. Mientras compartían historias y canciones a la luz de la chimenea, una chispa innegable encendió sus corazones.
Sin embargo, su amor se vio amenazado por las implacables tormentas que azotaban su mundo. Sol debía continuar su odisea, mientras que Luna estaba destinada a permanecer en su valle.
Pero el lazo que los unía era irrompible. Decidieron encontrarse en la frontera entre sus dos mundos, en un lugar donde las nubes se abrazaban y la noche se fundía con el día. Allí, bajo el abrazo de las nubes, renovaron su amor, sabiendo que aunque sus caminos divergieran, su vínculo permanecería eterno.
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