Bajo la tenue luz de las velas, sus miradas se entrecruzaron en una danza silenciosa. Ella, con sus ojos color miel, irradiaba una calidez que derretía las barreras entre ellos. Él, con su mirada penetrante, prometía un misterio que ansiaba desentrañar.
Las llamas bailaban sobre la mesa, proyectando sombras que parecían susurrar secretos. El aire estaba cargado de tensión, palpable como el latido de sus corazones. Con cada sorbo de vino, la distancia entre ellos se acortaba.
«¿Quién eres?», preguntó él, su voz ronca como terciopelo.
«Soy el anhelo que se oculta en tus sueños», respondió ella, una sonrisa enigmática en sus labios.
Las horas pasaron como minutos, envueltos en un torbellino de conversación y risas cómplices. La luz de las velas se hacía más tenue, pero su conexión solo se intensificaba.
Cuando llegó el momento de despedirse, una ola de tristeza los invadió. Pero en el umbral de la puerta, él tomó su mano. «No puedo dejar que esto termine», dijo. «Encuéntrame de nuevo, bajo la luz de las velas».
Ella asintió, su corazón lleno de una nueva esperanza. Y así, con el tenue resplandor de las velas guiándola, se prometió volver a ese lugar donde el amor había florecido en una noche mágica.
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