En un bullicioso café, entre el aroma embriagador del café y el murmullo de la conversación, dos miradas se cruzaron. Era un encuentro fortuito, un amor a primera vista.
Él, Mateo, un hombre de ojos penetrantes y sonrisa enigmática, sintió una punzada de emoción al ver a Lucía. Su pelo oscuro caía en cascada por sus hombros, enmarcando unos ojos profundos y llenos de misterio. Ella, Lucía, una artista de espíritu libre, se sintió fascinada por la presencia de Mateo. Su barba incipiente y sus ropas informales hablaban de una creatividad latente.
El tiempo pareció detenerse cuando sus miradas se encontraron. El mundo a su alrededor se desvaneció, dejando solo la intensa conexión entre ellos. Un torrente de emociones se apoderó de sus corazones: curiosidad, anhelo y una inexplicable sensación de familiaridad.
Los días siguientes fueron un torbellino de encuentros furtivos y conversaciones que profundizaron su vínculo. Descubrieron intereses compartidos, sueños similares y una atracción irresistible que desafiaba toda lógica. Se enamoraron con una intensidad que les quitaba el aliento.
Pero el destino tenía otros planes. La vida los llevó por caminos separados, dejando atrás solo el recuerdo de su fugaz pero inolvidable amor. Años más tarde, el destino volvió a unirlos. Se encontraron en una sala de exposiciones, donde la obra de Lucía despertaba emociones en Mateo que había olvidado hacía mucho tiempo.
Sus ojos se encontraron de nuevo, y en ese instante, el tiempo pareció retroceder. La chispa que se había encendido años atrás seguía ardiendo con la misma intensidad. El amor a primera vista que había florecido una vez más había encontrado su camino de regreso.
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