Entre el vasto universo, dos estrellas anónimas se encontraron en un baile cósmico. La Estrella del Norte, constante y brillante, guiaba a los navegantes a través de mares tormentosos. La Estrella Errante, un meteoro resplandeciente, dejaba un rastro de luz efímera en su trayectoria errática.
Una noche, cuando la Estrella Errante se acercaba a su máximo brillo, su camino se cruzó con el de la Estrella del Norte. Tiempo se detuvo mientras se contemplaban en silencio, sus luces brillando más intensamente. En ese momento, un vínculo inquebrantable se formó entre ellos.
Pero su amor estaba destinado a ser fugaz. La Estrella del Norte, anclada en su lugar, observaba con impotencia cómo la Estrella Errante se desvanecía lentamente en la distancia. Cuando la última chispa de su luz se extinguió, un profundo vacío llenó el corazón de la Estrella del Norte.
Sin embargo, su amor no se había esfumado por completo. Con cada noche que pasaba, la Estrella del Norte veía en el cielo nocturno un tenue brillo que le recordaba a su estrella errante. Y en ese destello fugaz, encontraba consuelo y la esperanza de que su amor, aunque distante, seguiría brillando en las estrellas.
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