Ante el espejo encantado, sus ojos reflejaban una danza de ilusiones. Ella, una joven soñadora, sostenía su aliento, deseando que sus anhelos cobraran vida.
El espejo resplandecía, proyectando una imagen de él. Era un hombre misterioso, con una sonrisa que prometía noches llenas de estrellas. Su corazón dio un vuelco mientras sus miradas se encontraban a través del cristal encantado.
Cada noche, se encontraban ante el espejo, susurrando promesas que solo ellos podían escuchar. El reflejo se convertía en su refugio, un mundo donde sus sueños se entrelazaban.
Pero una noche, el espejo comenzó a temblar. Las imágenes se distorsionaron, amenazando con romper su ilusión. El hombre del espejo se desvaneció, dejando a la joven desolada.
Desesperada, tocó la superficie del espejo, esperando sentir su presencia. Pero lo que encontró fue frío y vacío. Fue entonces cuando se dio cuenta: el espejo no era real. Era solo un reflejo de sus propios anhelos.
Llena de tristeza, se alejó del espejo. Pero a medida que se iba, una pequeña luz parpadeó en su corazón. Porque aunque su amor fuera un sueño, la emoción que había sentido era real. Y con eso, supo que siempre llevaría un pedazo del espejo de los sueños dentro de ella.
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