En el lienzo del amanecer, donde los colores danzaban en un vaivén de luces, se pintó el misterio de un encuentro. Valeria, una mujer de mirada profunda y sonrisa enigmática, caminaba descalza por la orilla, sus pasos imprimiendo huellas en la arena húmeda. De pronto, su mirada tropezó con la de Alejandro, un hombre que parecía salido de un antiguo cuadro. Su figura imponente y sus ojos penetrantes la atrajeron como un imán.
El tiempo se detuvo mientras sus miradas se cruzaban, comunicando palabras sin pronunciarlas. Era un lenguaje silencioso, un misterio que ansiaban descifrar. La brisa marina susurró secretos solo para ellos, llevándose consigo las incertidumbres y dejando a su paso un anhelo ardiente.
Con cada paso que daban el uno hacia el otro, el misterio se apoderaba de ellos, envolviéndolos en un torbellino de emociones. Valeria, temiendo lo desconocido, retrocedió. Pero la atracción que sentía era más fuerte que cualquier miedo. Alejandro se acercó con una sonrisa, su voz suave como el terciopelo: «¿Me permites descifrar contigo el misterio del amanecer?».
Valeria asintió, su corazón latiendo con fuerza. Juntos, se adentraron en la bruma matutina, su amor recién nacido guiando sus pasos. En ese instante, el misterio del amanecer se reveló no como un enigma, sino como el comienzo de una historia de amor que prometía durar para siempre.
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