La sombra del pasado

En un paraje donde el tiempo se detuvo, dos almas conectadas por un hilo invisible se reencontraron. Lucía, una mujer de mirada enigmática, guardaba en sus ojos el peso de un pasado que no la dejaba avanzar. Diego, un hombre atormentado por los remordimientos, buscaba redención en las ruinas de su corazón.

El destino los reunió en la sombría mansión donde alguna vez compartieron un amor prohibido. El polvo del tiempo había cubierto los recuerdos, pero el aroma de las rosas marchitas evocaba el dulce tormento de un ayer perdido.

Con pasos vacilantes, Lucía se adentró en las salas deshabitadas, su corazón latiendo con una mezcla de temor y esperanza. Cada eco de su voz resonaba en los pasillos vacíos, como el susurro de un fantasma que se negaba a descansar. Diego, embargado por la culpa, seguía los pasos de su amada, su silencio cargaba el peso de mil palabras no dichas.

En el desván, bajo el parpadeo mortecino de una vela, sus miradas se cruzaron. El tiempo pareció detenerse, y en ese instante, el peso del pasado se desvaneció. El amor, tan intenso como en sus días de juventud, renació con una fuerza renovada.

Con lágrimas en los ojos, Lucía pronunció las palabras que habían permanecido dormidas en su corazón durante demasiado tiempo: «No dejes que las sombras del pasado nos roben nuestro futuro». Diego, abrumado por la emoción, respondió: «Juntos, superaremos las tormentas y reconstruiremos el amor que alguna vez perdimos».

Y así, en medio de las ruinas de su pasado, Lucía y Diego encontraron la redención y la esperanza en el abrazo del presente. La sombra del tiempo se desvaneció, dejando al descubierto el amor inquebrantable que los unía, un amor que había resistido la prueba del tiempo y que prometía un futuro lleno de luz.


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