Bajo el cielo estrellado que arropaba el río, Paloma y Mateo entrelazaron sus promesas. El murmullo del agua era su testigo, prometiendo guardar sus secretos a buen recaudo.
Paloma, con sus ojos verdes que brillaban como esmeraldas, entregó su corazón a Mateo, el pescador de brazos fuertes y sonrisa cálida. Juntos, navegarían por las aguas de la vida, enfrentando tormentas y disfrutando la calma.
Los días se convirtieron en meses y los meses en años. Su amor se hizo tan profundo como el cauce del río, pero una tormenta amenazaba con separarlos. Mateo fue llamado a zarpar hacia tierras lejanas, poniendo su promesa a prueba.
Mientras el barco desaparecía en el horizonte, Paloma se aferró a su recuerdo. El río fluía, llevándose sus lágrimas y sus esperanzas. Pero la promesa de Mateo ardía en su corazón como una llama inextinguible.
Años más tarde, cuando la esperanza parecía perdida, el río reveló su secreto. Un mensaje en una botella, manchado y desgastado, llegó a las manos de Paloma. Las palabras de Mateo, escritas con tinta indeleble, le recordaban su amor inquebrantable.
Ese día, el río que había sido testigo de sus promesas se convirtió en un mensajero de amor. Paloma y Mateo se reencontraron, sus corazones unidos por el hilo irrompible de su promesa. Y así, bajo el cielo estrellado que había bendecido su unión, renovaron sus votos junto al río que siempre había guardado su secreto.
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