Bajo la magia del crepúsculo, sus miradas se encontraron en el parque. Él, un caballero de porte elegante, ella, una dama de sonrisa tímida.
Las sombras de los árboles danzaban como un vals, entrelazando sus historias. El murmullo de las hojas era un coro que cantaba su encuentro. Ella se acercó con gracia, su vestido vaporoso ondeando con el viento. Él le extendió la mano, sus ojos brillando con una mezcla de anticipación y trepidación.
Caminaron juntos a través de los senderos iluminados por faroles, cada paso envolviéndolos en una atmósfera íntima. Él hablaba con elocuencia, ella escuchaba con encanto. Sus almas se entrelazaron como dos melodías que se complementan.
Pero el tiempo, cruel maestro, les recordó su efímera cita. Ella debía partir, su carruaje la esperaba. Él se quedó solo, su corazón palpitando con un anhelo insaciable.
Sin embargo, el destino tenía un giro guardado. En su mano, ella dejó un pequeño pañuelo bordado con su nombre. Una promesa susurrada al crepúsculo, un faro de esperanza que guiaba sus sueños hasta el próximo encuentro.
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