En el baile de las sombras, donde la pasión se desliza como un espectro, dos almas se cruzan bajo el resplandor de las estrellas.
Adela, una mujer de etérea belleza, baila con gracia, su vestido negro como la noche se arremolina a su alrededor como un susurro. Sus ojos oscuros brillan de anhelo, buscando un compañero en la oscuridad.
En el otro extremo del salón, Ricardo, un hombre de presencia imponente, contempla la escena desde las sombras. Su mirada se cruza con la de Adela, y una chispa de reconocimiento se enciende entre ellos. Se acercan, sus pasos silenciosos sobre el mármol frío.
Mientras bailan, el mundo desaparece. Se pierden en el ritmo, sus cuerpos se mueven en perfecta armonía. Es un momento robado, cargado de promesas y deseos. Pero este amor prohibido no está destinado a ser.
Al borde del amanecer, Ricardo recibe una noticia devastadora. Debe partir, dejando atrás su sueño de amor con Adela. El dolor los desgarra, pero saben que su pasión seguirá ardiendo en las sombras, un recuerdo inquietante de lo que pudo haber sido.
Años más tarde, Adela se encuentra en un antiguo salón de baile. Las notas de una melodía familiar flotan en el aire, y sus recuerdos cobran vida. Como un fantasma, Ricardo aparece ante ella, su presencia tan palpable como la noche que bailaron por primera vez.
Se miran a los ojos, y el amor y la tristeza se entrelazan. El pasado y el presente chocan en ese instante, un eco del baile de las sombras que aún resuena en sus corazones.
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