En el azul profundo, donde las olas susurraban secretos, dos almas se encontraron inesperadamente. Un encuentro casual en el mar, destinado a cambiar sus vidas para siempre.
Ella, una viajera solitaria, buscaba paz en la inmensidad del océano. Él, un marinero experimentado, surcaba las aguas con la brújula de su corazón. El oleaje los unió, tirando de sus barcas como si el destino mismo las guiara.
Mientras las gaviotas sobrevolaban sus cabezas, sus miradas se cruzaron, llenas de una electricidad invisible. El tiempo se detuvo mientras se estudiaban a través de la niebla marina. El silencio era ensordecedor, roto solo por el sonido de sus corazones latiendo con fuerza.
Un hilo invisible los conectaba, un anhelo mutuo que traspasaba palabras. Con cada ola que pasaba, se sentían más cerca, sus almas entrelazadas por el destino. Pero el mar era voluble, y su romance, empapado de sal y misterio, estaba destinado a ser efímero.
Cuando el sol comenzó su descenso, proyectando un resplandor dorado sobre el agua, su momento juntos llegó a su fin. Se separaron, cada uno llevándose un pedazo del corazón del otro.
A pesar de la distancia y el tiempo que los separaba, el recuerdo de su encuentro en el mar se convirtió en un tesoro preciado. Cada ola les recordaba el amor y la conexión que habían compartido, un amor que permanecería grabado en sus corazones para siempre, un eco de un encuentro destinado a ser.
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