Dicen que la Ciudad de la Luz trae consigo un amor inolvidable. Así fue como, entre las calles adoquinadas y el aroma de los croissants, nació un romance extraordinario.
Una tarde lluviosa, bajo el amparo de un paraguas rojo, se encontraron. Era él, un escritor con ojos de océano, y ella, una pintora de sonrisa enigmática. Su primer encuentro fue como una obra de arte, pinceladas de ternura y pasión.
Pero el destino tenía otros planes. Él debía regresar a su tierra, y ella se quedaba en París, con el corazón en mil pedazos. Sin embargo, su amor no se apagó. Le escribió una carta, una carta desde París, llena de promesas y el deseo de un reencuentro.
Durante años, esa carta fue su consuelo, el faro que guiaba sus pasos. Hasta que un día, bajo el mismo cielo estrellado de su primer encuentro, volvieron a verse. La emoción era un torbellino, un abrazo que sanó todas las heridas del pasado.
Y así, la carta desde París se convirtió en el símbolo de un amor que el tiempo no pudo borrar. Un amor que, como la Ciudad de la Luz, iluminó sus vidas para siempre.
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