En el vasto lienzo del océano, sus ondas susurraban una historia de amor.
Ella, una isleña solitaria, anhelaba escapar de su monótono mundo. Él, un navegante temerario, buscaba emociones en aguas inexploradas.
Una noche tormentosa, su barco ancló en las costas de su isla. El destino quiso que sus miradas se cruzaran, encendiendo una chispa que el océano no pudo extinguir. Se encontraron en secreto bajo el cielo estrellado, sus corazones latiendo con una intensidad desconocida.
Pero su amor era tan frágil como las olas que los separaban. La tripulación del barco presionó para zarpar, mientras que la familia de ella temía por su seguridad en el mar.
Con el corazón apesadumbrado, se despidieron bajo la luz de la luna. Pero su amor se grabó en sus almas, un recuerdo que las tormentas del tiempo no podían borrar.
Años después, una carta llegó a la costa de su isla. Su escritura era familiar, palabras que despertaron viejos anhelos. Él había regresado, su amor aún intacto.
Corrió hacia el puerto, sus ojos buscando entre la multitud. Allí estaba, tan guapo como siempre, su mirada fija en la suya. El océano que una vez los separó ahora los reunía, sellando su amor con un beso salado que sabía a promesas cumplidas.
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