La cita en el museo

Entre el murmullo de admiradores del arte, nuestros ojos se cruzaron. Tú, una desconocida con ojos que brillaban como el óleo sobre lienzo, yo, cautivado por tu sonrisa enigmática.

El museo, testigo de nuestro encuentro, nos brindó la intimidad entre sus salas. Conversamos bajo el murmullo de los cuadros, intercambiando miradas y palabras que desvelaban nuestras pasiones ocultas.

Mientras paseábamos por la época impresionista, sentí una punzada en el corazón. La obra maestra de Monet, con sus pinceladas luminosas, me recordó la belleza de aquel instante. Pero en medio de la admiración, un susurro en mi oído rompió el hechizo: «Perdón, ¿podrías hacerme una fotografía?».

Mi corazón se encogió. El momento, nuestro momento, se estaba escapando de mis manos. Sin embargo, en tus ojos, vi un destello de comprensión. Asentiste y te colocaste frente a la pintura, dándome la espalda.

Contemplé tu silueta, la curva de tus hombros, la gracia de tu postura. No importaba que no pudiera ver tu rostro, tu presencia llenaba la sala de una energía embriagadora.

Hice clic. Entonces, te giraste y nuestras miradas se encontraron una vez más. En ese instante, supe que aquel encuentro fortuito en el museo había sellado un vínculo invisible entre nosotros.

Aunque nuestros caminos se separaron entre la multitud, llevo conmigo la emoción de aquel día, la promesa de una historia que apenas acaba de comenzar.


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